3.8.12


Él es la persona más egoísta y centrada en sí mismo que conozco, que conocí durante todos estos años. No puede parar de hacer maldades, no puede consigo mismo. Necesita, supongo, escarbar en lo más profundo de las personas en busca de un punto débil. Te va a pedir que te relajes, que no lo presiones y por último te va a tirar al basural comunitario para que te coman los buitres. “Me niego. Me rehúso a que me coman los buitres, voy a pelear hasta que se muera”. Mentira, siempre digo algo y hago lo opuesto. Dejé que los buitres me comieran. Ninguno se comparaba con él. Maldito el día en que lo conocí. Eso lo caracterizaba eternamente: su orgullo. Se amaba a sí mismo más que a otros, más que a su perro, a su madre, a mí, a nadie. Se amaba como no había amado a nadie en el mundo. Esa devoción permanente hacia sí mismo hace que no haya lugar en sus prioridades ni en su mente ni en sus ganas para otra persona, ni nombro al corazón porque todavía no estoy segura de que posea uno.