Todo
lo que podía pensar ahora era: “necesito morirme”. ¿Qué hago? ¿A quién le digo? A nadie. No
podés confiar en nadie, Luli. Nadie te quiere lo suficiente como para
entenderte. Estaba demasiado deprimida como para quedarme estancada. Cuando
me aíslo, me alejo y me desdoblo, solo así puedo entender que quizás no es tan
importante, no es tan trágico o que tal cuestión no merece mi muerte. Solo
cuando me veo desde afuera. Tuve la decisión definitiva de dejar de quererme.
Siento un dolor tan hondo, tan profundo como una lanza surcada por entre el
estómago. Y me invade una desesperanza que más parece una descarga eléctrica
poderosísima que me deja nublada, ciega, somnolienta, imbécil, destartalada.
Sin poder de decisión, inactiva e imperante: necesito dormir, o morirme, o
que me maten.