3.8.12


Todo lo que podía pensar ahora era: “necesito morirme”. ¿Qué hago? ¿A quién le digo? A nadie. No podés confiar en nadie, Luli. Nadie te quiere lo suficiente como para entenderte. Estaba demasiado deprimida como para quedarme estancada. Cuando me aíslo, me alejo y me desdoblo, solo así puedo entender que quizás no es tan importante, no es tan trágico o que tal cuestión no merece mi muerte. Solo cuando me veo desde afuera. Tuve la decisión definitiva de dejar de quererme. Siento un dolor tan hondo, tan profundo como una lanza surcada por entre el estómago. Y me invade una desesperanza que más parece una descarga eléctrica poderosísima que me deja nublada, ciega, somnolienta, imbécil, destartalada. Sin poder de decisión, inactiva e imperante: necesito dormir, o morirme, o que me maten.